No era un fantasma quien surgió entre la niebla, sino un impostor de pacotilla. A pesar de su tosco disfraz -una sábana, un candil, y una bola encadenada a su tobillo- había conseguido atemorizar a toda una comarca, obligándola a solicitar los servicios de la mejor cazafantasmas del mundo, o sea, los míos. Menuda tomadura de pelo. En pleno siglo veintiuno, y con un atuendo tan ridículo, tan poco trabajado. Ni hologramas, ni juegos de luces, ni nada. Sólo una triste sábana. Me sentí estafada y presa de la ira, la emprendí a golpes con el farsante, hasta que lo hice rodar escaleras abajo.
Al regresar al pueblo busqué a las autoridades locales, que me esperaban ansiosas, y les dije que todo parecía confirmar la presencia de un espíritu maligno en el castillo. Y que aunque no había podido verle, ni sabía de quién se trataba, estaba convencida de que un muerto fresco vagaba sin rumbo por haber fallecido de forma violenta... Desde hacía muy poco...
----------------------------> Zuicidio
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