Cuando un peligro amenazaba a Roma, el César,y sus magistrados intentaban conocer los designios divinos antes de tomar cualquier decisión. Para ello recurrían a diversos métodos, siendo el más habitual la observación de las aves; pero en ocasiones los dioses permanecían mudos o su mensaje resultaba ininteligible. Entonces, como último recurso, y si la gravedad de la situación así lo requería, el Senado ordenaba consultar los Libros sibilinos, una misteriosa recopilación de oráculos que según la leyenda habían sido realizados por la Sibila de Cumas, y en los cuales se encontraba la respuesta a cómo proceder.
Las sibilas eran profetisas del dios Apolo, las cuales existieron diseminadas por el mundo helénico. El santuario de la de Cumas estuvo en funcionamiento en torno a los siglos V y VI a.C. en esta colonia griega situada sobre la cima de una montaña volcánica ubicada al noroeste de la bahía de Nápoles. La gruta de la Sibila se encontraba en las faldas del monte Cumas.
Quien quisiera consultar a la Sibila debía acudir a la caverna y atravesar su recta galería, de ciento siete metros de longitud, flanqueada por otras doce galerías más cortas a través de las cuales entraban los rayos del sol creando un vistoso efecto de alternancia entre luz y oscuridad. Al final había un vestíbulo en el cual el visitante esperaba a que se le comunicase el veredicto de la Sibila. Según se cuenta en la Eneida, la asivina transmitía su oráculo a través de aquellas aberturas laterales mediante cien voces distintas en un canto sublime.
En la época de Julio Cesar, hacía ya tiempo que la Sibila de Cumas había callado para siempre. Sin embargo, su fama y su prestigio se conservaban intactos. De ella se contaban muchos hechos maravillosos. Se decía que había nacido en la localidad griega de Eritras. El dios Apolo, que estaba enamorado de ella, había prometido concederle el deseo que quisiera. Ella pidió vivir tantos años como granos de arena pudiese contener su mano, a lo que Apolo accedió, con la única condición de que nunca regresase a su patria. Exiliada en Cumas, vivió más de 900 años, hasta que accidentalmente una carta proveniente de Eritras llegó a su poder. El sello de esta carta era de tierra, y la Sibila, al verla, murió casi en el acto...
Y de los libros sibilinos se cuenta que la Sibila de Cumas, cuando aún era lo suficientemente joven como para valerse por sí misma, había acudido a Roma a venderle al rey Tarquino el Soberbio nueve libros con sus predicciones. Tarquino se nego, esperando que la Sibila rebajase sus pretensiones económicas, pero entonces ella quemó tres libros, y le ofreció los seis restantes por el mismo precio. Como Tarquino rechazó la oferta, ella repitió la operación. Finalmente, el rey accedió a comprar los últimos tres libros. Al principio, los libros se guardaban en un cofre de piedra del templo de Júpiter situado en el Capitolio. Su custodia recaía sobre un colegio sacerdotal de personajes intachables.
Ellos eran los únicos que podían leer los libros cuando su consulta era aprobada por el Senado. Las recomendaciones que extraían de ellos eran misteriosas y hacían referencia sobre todo a rituales arcaicos que Roma debía ofrecer a los dioses.
Pero en el año 82 a.C. un incendio destruyó el templo de Júpiter, y con él ardieron los libros proféticos, que fueron reemplazados por una recopilación de memoria de oráculos extraños que,aunque incompletos, Octavio Augusto ordenó copiar y guardar en dos cofres de oro ubicados en el templo de Apolo del Palatino. Y fué a finales del siglo IV cuando fueron destruídos por el vándalo Estilicón, muriendo con ellos el misterioso canto de la Sibila de Cumas...
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