Al visitar un cementerio,creemos que sólo la sobriedad del gris y del blanco en las lápidas nos acompañará en el camino.Pero no es así en Chichicastenango, un municipio guatemalteco cuya población indígena, no ve la muerte de color negro ni blanco: la ven multicolor. Y eso es debido a que sus pobladores mezclan los ritos católicos y con las tradiciones mayas ancestrales.
Al visitante del cementerio le sorprenderá su mezcla de colores, casi alegre. Pero nada más lejos de la realidad: para los habitantes de Chichicastenango cada color simboliza una pérdida ya irreparable. La tradición de esta ciudad indica que el blanco, color puro, es para enterrar a los padres; el amarillo, color del sol, a los ancianos; el turquesa, color de las mujeres, se reserva para las madres; el rosa, para las niñas y el azul, para los niños. Una variedad que da al cementerio una extraña luminosidad, una atmósfera dulce y mágica que da otra dimensión a la muerte. Las tumbas se repintan y repintan en Chichicastenago para que el color nunca se pierda, y es el modo de honrar y recordar al difunto.
Pero no solo los colores sobresaltan en este camposanto. Un espacio establecido en el centro del cementerio es reservado a ofrendas y rituales,y se utiliza en ocasiones para sacrificios animales, según marca la tradición prehispánica. Los rituales mayas se mezclan aquí con los cristianos y dan lugar a un sinfín de ritos misteriosos, sobre todo el primero de noviembre, una de los días más importantes del año para los habitantes de Chichicastenago,que empiezan los preparativos para el Día de los Muertos quince días antes, limpiando, pintando, adornando los monumentos donde descansan los difuntos. A ellos se lleva maíz y fruta para las ánimas, aguardiente y, por supuesto, flores. Miles de coloridas flores...
-----------------------------> Zuicidio
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