11/02/2010

El compadre de la Siemprefría...


Antes,durante las celebraciones del Día de Muertos, algunos periódicos solían recordar el nombre de Juan Crescencio Monterde, nacido en el corazón de la Bondojito,barrio proletario de la Ciudad de México, y quien según la leyenda, parecía tener un pacto con “la huesuda”, al ostentar el récord, quizá mundial, de más balazos recibidos por un ser humano a lo largo de su vida.
Se dice que gustaba de mostrar sus cicatrices, producto de las trifulcas callejeras, con el mismo orgullo que un marinero sus tatuajes y a la hora de hacer valer su ley se ponía gallón hasta con gigantones, militares y gángsters.
Juan Crescencio solía buscar pleito en las pulquerías, hablar de política y religión enfrente de matones malencarados y hasta de hacer señas obscenas a todo aquel que le ganara en la baraja.
Su primer encontronazo con la muerte lo tuvo una noche afuera de un antro con un otrora militante de las huestes de Pancho Villa, quien sacó la tartamuda y le propinó tres plomazos.
Se le dio por muerto, pasadas unas semanas retornó a la barra de la pulquería, un poco rengo y con algunos vendajes, pero vivito y coleando.
Casi un año después, Juanito demostró que las enseñanzas del pasado le venían guangas. Durante una animada jamaica se le ocurrió robarle un beso a la hija del temido prestamista del barrio, quien decretó el pasaporte al más allá de aquel impertinente. Cinco balazos recibió el susodicho.
Pero nadie contaba con que aparecería meses después caminando por la avenida principal del barrio. Más flaco y amarillo, y con una cojera más acentuada… pero vivito y coleando.
Se dice que hasta el párroco se convenció de que el fulano tenía un pacto con el señor de los infiernos, protector de las crápulas, las malas hierbas y los bastardos sin bautizo. En adelante, las madres jalaban a sus hijos pequeños y los cubrían con el rebozo cada vez que se topaban con Juan Crescencio en alguna esquina.
Un buen día, un irónico cupido flechó a nuestro amigo y a una planchadora quienes terminaron matrimoniados por la iglesia. Pero a la vuelta de dos años la comezón de la infidelidad hizo presa de
aquel chango sin salvación con una guapa mantequera. Al enterarse, su esposa decidió vengar su orgullo herido con el viejo revolver de su padre, añadiendo seis balazos más a su historial.
Tras una estancia en un hospital católico, se le volvió a ver. Ahora encanecido, más flaco que un perro faldero y completamente cojo de un pie… pero vivito y coleando. En adelante, con el apoyo de una muleta de segunda mano, se dedicó, cual cliché urbano, a la venta de billetes de lotería.
Murió tranquilo y viejo a mediados de la década de los 60 en una casa del antiguo barrio de Tacubaya...


Fuente:Leyendas mexicanas,Editorial Posada,1964.

----------------------------->Zuicidio

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