2/28/2011

Sopa americana a las finas hierbas.



Este fiambre cumple dos años de blog,y con el avieso motivo de celebrarlo,he aquí una historia familiar que espero les cause un placentero horror para abrir boca...


La sopa de la àvia Joana ...
(leyenda popular catalana)

El sexto año después de la guerra nevó abundantemente. El camino a la estación quedó cortado y los hombres se vieron obligados a palear la nieve hasta excavar una trinchera que permitiera el paso de las personas. Sí, fue un invierno muy duro. En los aleros, los carámbanos parecían los colmillos del ogro de los hielos. La fuente también se heló y la leña escaseaba. Los payeses llevaban muchas semanas sin cambiarse de muda y a los niños se les calentaba la cama con ladrillos calientes envueltos en gruesos trapos de lana. Hubo muchas tardes sin escuela e incluso algunos días en que ni la misma pareja de la guardia civil se atrevió a dar la consabida ronda.
Era el invierno del 42,y la familia del maestr
o Josep estaba pasando hambre. El nuevo ayuntamiento franquista le mal pagaba las clases de la escuela en especies, o fanegas de trigo. El maestro tenía cuatro bocas que alimentar, su mujer y tres rapazuelos hambrientos y vivarachos. Hacía días que la escuela estaba cerrada por falta de leña, y por las copiosas nevadas en toda Catalunya, y por ello, la mujer del maestro mantenía a sus hijos en la cama hasta muy avanzada la mañana. Así se ahorraba el desayuno de los nens. Josep,siempre temeroso, cooperó con la Guardia Civil para despejar de nieve el camino que conducía a la estación del ferrocarril. Y es que para él era vital esta comunicación. A cada cierto tiempo, una pariente, una tía abuela republicana que se habìa refugiado en México, les enviaba un paquete con provisiones. Y esta ayuda, que era esperada en su casa como si de un día de fiesta se tratara, podía ser en ocasiones lo único con que contaba su mujer para alimentar a la familia en muchos días. Algunas veces, a los paquetes seguían amables cartas donde la àvia Joana les informaba de su delicada salud,y les contaba lo bello que era ese pais mexicano,porque esas cartas eran su único nexo con su amada Catalunya, de la que hubo de emigrar.
Ah, México!, se decía el maestro Josep, cómo me gustaría partir hacia allá,con el general Cárdenas, ése, que daba a los rapaces toneladas de deliciosas morelianas...tan buenas como la crema catalana. Pero sus sueños era imposibles. El maestro ni siquiera tenía permiso para abandonar el pueblo por su pasado político... Pero cuando su familia se reunía animada alrededor de los exóticos manjares llegados allende los mares, el maestro leía en alta voz las cartas de la àvia Joana, y les decía mil alabanzas sobre México y sobre la àvia,que tenía una hermosa casa frente a las costas del Golfo de México,en un lugar llamado Veracruz :-Algún día iremos a verlo!, les prometía a los niños mientras devoraban delicias como malvaviscos de xocolata,mantequilla enlatada, carne en conserva, o sabrosas sopas... ¡
La salud de los niños estaba asegurada con esos sobres de leche de la vaca en polvo que generosamente la Yaya Joana les enviaba, y los torreznos e incluso unas morcillas rarísimas,y venga,que hasta mantas llamadas sarapes,bien tejidos y coloridos,daban calor a los niños del maestro Josep.
En marzo llovió sobre el Pirineu, y de las cumbres cercanas los riachuelos se llenaron de furor y las torrenteras se descargaron con ímpetu sobre la comarca, encharcando los prados y las calles que se llenaron de un lodo profundo, y frío,que arruinó los granos y m
ató a las cabras.
La familia del maestro,entonces,con esas calamidades,se moría de hambre. A finales de ese invierno,por fin recibieron un paquete de la abuela Joana. En buena hora porque a más de que desde el último envío había transcurrido más tiempo del habitual, y la penuria se había agudizado esa semana del charqueral. Era un paquete más grande de lo corriente, y todo fue dicha y gritos de júbilo cuando el maestro regresó de la estación con el bajo el brazo.Y por fin, al calor del fogón, Josep deshizo con cuidado el atado, rompió el misterioso pero atrayente sello de lacre y desdobló el crujiente papel de envolver. Apareció entonces la caja de cartón acanalado con que la Yaya Joana protegía las viandas, y abierta aquélla, unas hojas de periódico que si bien estaban impresas en castellano, por la raro podían ser las noticias de China. Salió a relucir la leche condensada, los paquetes de tallarines —unos fideos tan grandes como juncos—, los sobres de flanín, los bizcochos —americanos!—, las latas de carne, las sopas campel de bote, la xocolata también americana... y...qué sería aquello?, una caja de un bonito color azul con un precinto cárdeno formando un lazo elegante. La mujer del maestro la sopesó con un brillo en los ojos.
—Ábrela! —le pidió a su marido. Y la emoción se reflejaba en su enjuto rostro.
Con mucho cuidado, el maestro quitó el lazo doblándolo y dejándolo a un lado, retiró la tapa de la caja y encontró un envoltorio de papel de plata cuyos satinados resplandores aún hicieron cobrar más esperanzas a su mujer. El maestro dudó un momento si romper el magnífico envoltorio.
—Anda hombre, abre ya —le reprochó su mujer.
—...Vale.
Rasgó una esquina con un cuchillo, y
por la abertura vieron un extraño polvo gris.

—Qué es, qué es eso? —preguntaron emocionados los niños.

—No lo sé, coño! —se desesperó el maestro,por su ignorancia en esas cosas americanas...

—Será una sopa? —aventuró la mujer.

—Pues claro!, si no qué va a ser?-dijo el maestro para consevar su pretigio de culto.

—Y cómo la preparo,digo yo...? Necesitaré ají y tomates mejicanos?

El maestro buscó,pero la caja no traía ningún tipo de instrucciones, no había ni una sola letra en todo su contorno.

—Pues... —aventuró el maestro—, como las otras,joder,son americanas, sólo necesitas calentarla con agua...

Aquella noche la cena fue basta: La mujer de Josep puso los platos sobre la mesa, cortó unas finas rebanadas de pan y sirvió la sopa gris,aderezada con patatas silvestres y finas hierbas. Tenía un aspecto cremoso. Los niños ansiosos no dudaron de meter la cuchara en el plato soplando a todas carrillas.

—Está salada? —preguntó la madre desde el fogón.

El maestro probó una cucharada, y de tan caliente no sintió lo salado.pero pasó por su garganta con contundencia. Sopló y volvió a probar. No variaron mucho las cosas. Sus hijos le miraban espectantes...

—Venga, a comer...! Qué esto se enfría y no sabe!

—Sabe a quemazón —dijo el menor.

—Vamos,que es veracruzana,y así guizan allá-dijo Josep,dando grandes sorbos a su cuchara.

—Es que pica, papá —terció el mayor.

—No quiero oír ni una palabra, hasta aquí podíamos llegar, desagradecidos!-dijo la mamá,ofendida-me he pasado la tarde recogiendo yerbas de olor y patatas en el prado,y asi lo agradecen...

Pero cuando la madre se sentó por fin a la mesa y la probó puso mala cara.

—Las patatas estan un tanto acedas...no?

—Sí, mujer,anda —se enfadó Josep—, dales argumentos a estos macarrillas pueblerinos,que no saben apreciar los sabores exóticos de América...

Hubo llantos y un cachete antes de terminar la cena, pero todos se la comieron. Sin embargo, la mujer del maestro escondió en un hueco de la alacena el sobrante que estaba ideal para usarla mezclada con boniatos para hornear los panelets de Sant Jordi. Porque como sopa,no le convenció... A lo mejor, en la próxima carta, avi Joana les decía cómo había de guisarse.

Pero la carta tardó en llegar. Fuer
on muchas las veces que el maestro fué a la estación para enviarle sus propias misivas a su tía abuela, y así,sentado en un banco esperaba al correo fumando un cigarro a la vera del guardagujas. Pero llegó la primavera y el verano,y pasó que el ayuntamiento encargó al maestro hacer de cácaro en el cinito de la comarca,para pasar las películas y el doumental de No-do a los payeses,y le pagaron por ello unas buenas pesetas con las que pudo pagar sus deudas y adquirir las cosas que tanto necesitaba.
Empero, un día subió al pueblo el guardagujas y le dio al maestro una sóla carta de México,sin más provisiones ni regalos de la àvia Joana. El maestro,preocupado,regreso a casa, casi anochecido, y abrió la carta ante su familia: No era la letra de Joana y estaba escrita en español,y eso le extrañó. Pero continuó la lectura:


"...Estimados señores —leyó aprensivo—. Al recibo de ésta se extrañarán de que no sea su tía abuela quien personalmente les escriba, pero las circunstancias lo impiden. Mi nombre es Genaro Flores y fui durante muchos años vecino y amigo de su tía. Tengo el penoso deber de comunicarles que su tía Joana ha fallecido...

Josep se detuvo en su lectura, y su
mujer dio un gran suspiro.

—Válgame la Moreneta! Qué pesar,qué duelo,qué pésima noticia!

—Joder,sí...—dijo su marido—. Quizá nos haya dejado algo —y siguió leyendo.

Fallecido... —continuó—. Los pormenores no vienen al caso, supongo que ustedes sabían de su mala salud debida el exilio y a su edad avansada. Aclaro que ajustadas las cuentas de sus funerales y otros gastos, apenas quedó plata para saldar sus deudas...
Teniendo en cuenta, sin embargo, que el mayor deseo de la finada era reposar en Catalunya, y no disponiendo yo tampoco de los recursos necesarios para enviarles sus restos, me tomé la libertad de incinerar su cuerpo y mandarles las cenizas junto con las provisiones que amorosamente su tía abuela recogía para ustedes y que por culpa de su enfermedad aún no había tenido tiempo de empaquetar. Ahora les escribo,porque viajaré a Catalunya,y deseo llevar unas flores al nicho de Joana,donde supongo conservan sus amadas cenizas.
Esperando verlos pronto. Un saludo afectuoso desde Veracruz,México. Atentamente..."


---------------------------------->Zuicidio

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